He tenido 25 cumpleaños, en su mayoría felices aunque los últimos cargados de esa incertidumbre que lleva habitando en mí un tiempo, en esa duda inquebrantable de lo que significa ser adulto, o peor ser adulto joven. Encontré todas las respuestas que buscaba en una carta que me escribí en 2011, cuánta sabiduría cabe en una niña de 12 años.
Después de esa carta, me sentí en la obligación de compartir aquí las memorias de las lecciones más importantes que he tenido hasta ahora, algunas serán clichés honrando a mi generación y seguramente otras no tendrán ningún sentido en un año que vuelva a leer esta carta. Para mí, para todas las mujeres que soy y que he sido, pero también para mis amigas:
No necesitas tener todo resuelto para avanzar.
Decir "no" es un superpoder y no hace falta justificarlo.
Nada es permanente.
Ningún hombre vale el cambio de identidad.
Sí, también podemos ser victimarias.
Perdonar no siempre significa reconciliarse.
La gratitud transforma la perspectiva en los momentos difíciles.
La intuición es una guía poderosa; aprende a escucharla.
Si hay gente mala.
Se puede cambiar de sueños.
Al final, ser adulto también es asumir la dualidad de aceptar el peso de los fracasos con la misma dignidad que celebramos los logros. Entender que el camino está lleno de altos y bajos, y que solo encontraremos fuerza cuando abracemos todo lo que somos, sin pretender ser invulnerables o perfectos.
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