La última vez que me atreví a publicar algo que había escrito me sentía en la responsabilidad de que fuera importante, académico y con cifras de respaldo. Pasaron dos años desde entonces. Hoy, con un poco más de sinceridad y madurez, me atrevo a publicar algo hecho con el corazón y no sólo con la razón.
Entonces, volvamos a empezar. Cuando creé este espacio vivíamos días de pandemia, desinfectábamos el mercado y las llantas de los carros, existían tapetes especiales para limpiar los zapatos y nos habituamos a lavarnos las manos constantemente. Cerradas las fronteras, los aeropuertos, los colegios y los centros comerciales, la vida que conocíamos se puso en pausa. Rápidamente nos adaptamos a nuestra nueva normalidad, esa es mi cualidad favorita del ser humano: la adaptación. Aprendí en esos días a valorar un poco más la vida, la familia, los buenos amigos, la calle y la rutina.
En estos dos años tuve constantes reflexiones; las cuales dejé de escribir por esa “enfermedad” oculta que padecemos muchos: el síndrome del impostor. Nada parecía en aquellos días lo suficientemente bueno o relevante para ser compartido y expuesto aquí. Sin embargo, decidí que llegó la hora de hacer frente y volver a cosas que me gustan tanto como escribir y compartir lo que pienso. Ahora, este lugar guardará además de ideas y posiciones políticas, también experiencias, reflexiones constantes, aprendizajes y tal vez restaurantes o historias de amor.
Aprovecho el momento para agradecer a todos los que llegaron a mi vida en 2022 y disculparme con quienes de vidas pasadas se quedaron solo con mis anteriores versiones, es esta una invitación directa a volvernos a conocer. Según las expectativas de vida sobre latinoamérica me quedan en el mejor de los escenarios más de 2.900 semanas, pero estoy decida a cambiar constantemente para no condenarme a vivir una sola vida.
Bienvenidos a este espacio, por segunda vez.
Valentina.
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